

Cada Navidad abrimos una barra de turrón sin pensar demasiado. Lo asociamos con familia, con dulzura, con tradición. Pero detrás de ese sabor hay una historia que casi nadie conoce. El turrón no nace en diciembre, sino en febrero, cuando una abeja solitaria Osmia cornuta poliniza un almendro bajo el frío.
Mientras nosotros seguimos con abrigo, ellas trabajan en silencio. No producen miel ni viven en colmenas, pero su esfuerzo invisible hace posible uno de los símbolos más queridos de la Navidad española. Sin abejas solitarias, no habría almendras… y sin almendras, no habría turrón.
Las abejas solitarias no viven en colmenas ni tienen reina. Cada hembra trabaja sola: construye su nido, recolecta polen, deposita sus huevos y sella cada celda con barro. No producen miel, no necesitan apicultor. Pero lo que sí producen —de forma indirecta— es una gran parte de los alimentos que comemos.
En España existen más de mil especies de abejas solitarias, aunque las más conocidas son Osmia cornuta y Osmia rufa. La primera aparece a finales del invierno y poliniza almendros, melocotoneros y albaricoqueros; la segunda emerge unas semanas más tarde y se centra en manzanos, perales y ciruelos. Su cuerpo peludo y su manera de transportar el polen seco en el abdomen las convierte en polinizadoras hasta diez veces más eficaces que las abejas melíferas.
Una sola hembra de Osmia puede visitar más de dos mil flores al día, fecundando de manera cruzada gran parte de los árboles de su entorno. Cada vuelo contribuye al crecimiento de una nueva almendra, una manzana o una cereza.
España es el principal productor europeo de almendra y uno de los mayores del mundo. Cada flor de almendro necesita la visita de una abeja para convertirse en fruto. Sin polinización, el árbol florece, pero no produce. Y como los almendros florecen en pleno invierno, las únicas abejas capaces de trabajar en esas condiciones son las solitarias.
Las abejas de la miel comienzan su actividad cuando la temperatura supera los 15 grados. En cambio, las Osmia cornuta se activan a partir de los 8 grados y son capaces de trabajar en días nublados y fríos. Gracias a ellas, millones de flores de almendro se fecundan cada año y dan origen a la materia prima del turrón.
Sin su labor, la producción de almendra podría caer hasta un 80 %, afectando no solo al turrón, sino también a la repostería, la cosmética y la industria alimentaria. Cada vez que abrimos una barra en diciembre, disfrutamos del trabajo silencioso que comenzó en febrero con estas abejas invisibles.
Aunque ambas especies comparten el mismo propósito —polinizar—, su forma de vida es completamente distinta.
Las abejas de la miel viven en colonias organizadas con una reina, obreras y zánganos. Se centran en producir miel y almacenar alimento para el invierno. Son sociales, defensivas y dependen de la gestión humana.
Las abejas solitarias, en cambio, no producen miel ni viven en grupo. Cada hembra actúa de manera independiente y se ocupa de su propio nido. Son pacíficas y seguras de observar en jardines o terrazas. Trabajan sin descanso durante pocas semanas y luego mueren, dejando tras de sí nuevas generaciones que emergerán al año siguiente.
Esta independencia les permite adaptarse a cualquier entorno. No compiten con las abejas melíferas, sino que las complementan. Mientras unas trabajan en primavera y verano, las otras garantizan la polinización en los meses fríos, cuando nadie más puede hacerlo.
El papel de las abejas solitarias va mucho más allá del almendro. Son responsables de la polinización de manzanos, perales, ciruelos, cerezas, fresas, tomates y calabacines. Sin su ayuda, gran parte de los alimentos frescos que consumimos desaparecerían o se volverían mucho más caros.
En Europa, más del 70 % de los cultivos dependen de polinizadores. Pero la urbanización, el uso de pesticidas y la pérdida de hábitats naturales están reduciendo sus poblaciones a un ritmo preocupante. Menos abejas significa menos frutas, menos semillas y ecosistemas más frágiles.
Pensamos en el turrón como un dulce típico, pero en realidad es la culminación de un proceso natural que empieza en el campo. Cada almendra es el resultado del vuelo de una abeja solitaria. Y cada vuelo es una conexión directa entre la naturaleza y nuestra cultura gastronómica.
Proteger a las abejas solitarias no requiere ser apicultor. Solo necesitan tres cosas: flores, barro y refugio.
Instala un hotel para abejas solitarias. Colócalo orientado al sur o sureste, protegido de la lluvia y con sol por la mañana. En la tienda Abejas Solitarias encontrarás modelos hechos con cañas naturales y tamaños óptimos para Osmia cornuta y Osmia rufa.
Planta flores melíferas durante todo el año. Lavanda, romero, tomillo, trébol o borraja son perfectas para ofrecer alimento constante. Puedes inspirarte en la guía Las mejores plantas para atraer abejas solitarias y otros polinizadores.
Evita pesticidas. Los productos químicos contaminan el polen y matan las larvas dentro de los nidos. Deja algunas zonas del jardín sin cortar; las hierbas silvestres y el barro son parte de su hábitat natural.
Participa en programas circulares. Con iniciativas como ReNido®, las cañas utilizadas se recogen y limpian cada año, manteniendo las poblaciones sanas y activas para la siguiente temporada.
Mientras nosotros disfrutamos del invierno alrededor de una mesa, las abejas solitarias están dormidas dentro de sus capullos. Esperan la señal del sol de febrero para despertar y repetir el ciclo. Cuando las primeras flores de almendro se abren, ellas salen al mundo para trabajar sin que nadie las vea.
Esa actividad silenciosa sostiene una de las tradiciones más queridas de España. Cada trozo de turrón es, sin saberlo, un homenaje a esas abejas diminutas que polinizaron los almendros bajo el frío. Si desaparecen, no solo perderíamos un dulce típico, sino una parte de nuestra cultura y de nuestra economía agrícola.
El futuro del turrón, de las frutas y de buena parte de lo que comemos depende de la supervivencia de las abejas solitarias. No hacen miel ni viven en colmenas, pero sin ellas nuestros campos quedarían vacíos.
Protegerlas es simple: ofrecer refugio, flores y un entorno libre de químicos. Instalar un hotel para abejas solitarias es una de las acciones más directas y efectivas para asegurar que los almendros sigan floreciendo y que el turrón siga en nuestras mesas.
Cada primavera comienza la historia de la próxima Navidad. Y todo empieza con una abeja solitaria trabajando en silencio entre las flores blancas del almendro.

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